Desde el
inicio de esta era, las organizaciones han buscado mejorar su competitividad
implantando programas
y técnicas para el mejoramiento de la calidad de sus
productos y servicios, y la productividad de su operación.
El centro
de calidad ha estado presente en todos estos cambios apoyando a las empresas en
el establecimiento de programas de mejoramiento continuo; sin
embargo, en la época actual y en el futuro, las organizaciones
tendrán que lograr no solo la satisfacción del cliente mediante productos y
servicios de calidad (y de los accionistas mediante
una operación rentable), sino también de los otros grupos que de una u otra
forma tengan algún interés y esperen algún beneficio de la
empresa (empleados, la comunidad y los ecosistemas
con los que interactúa).
Esto
requiere que la implantación de programas de mejoramiento continuo se realice
con un enfoque
sistemático que asegure la congruencia estructural y cultural
entre el sistema organizacional y los principios de
calidad total.
Los
individuos son el componente que refleja finalmente la calidad de la
organización y los procesos. Este oponente debe poseer calidad de vida
para reflejar la calidad en su trabajo en relación con el producto o servicio.
Se trata de
conseguir la máxima efectividad a través de la mejora constante del proceso
productivo. Estamos
hablando de implantación de sistemas de calidad. Una
práctica que las empresas deberán introducir de forma paulatina para ser más competitivas.
La
implantación de sistemas de calidad aporta gran número de beneficios a las
compañías que apuestan por
esta estrategia. No sólo reducen sus costes de manera
razonable, sino que además incrementan sus ingresos gracias
al mayor grado de satisfacción de sus clientes y en una mejora de la motivación
de sus empleados.
A nadie se
le escapa que estas motivaciones son el fruto de una inversión del proceso del
día a día. Sin
embargo, las empresas quieren resultados inmediatos.
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